http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=53896218972&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=400&PAGINACIO=1&SUBORDRE=3&TEXT=
En línies generals estic totalment d'acord amb l'article.
Sovint la sra. Rahola va de transgressora i, amb la capa i l'espasa, es posa a dir les coses pel seu nom, a posar els punts sobre les is. Com quan se li omple la boca de sionisme, encara que derrapi i intenti fer fora de la pista a tothom que se li posi al davant.
Quan, en aquest article, fa l'enumeració dels improperis que, segons diu, rep "... cualquier ciudadano, por el hecho de decir en público lo que piensa en privado, es tan larga como mortal, hasta el punto de que, digámoslo claro, muchos se muerden la lengua para no quedar mal en la foto" sembla que s'ha deixat els improperis que rep una part de la població quan, en circumstàncies semblants i fins i tot menys conflictives i totalment pacífiques, s'ha de sentir insultada de la mateixa manera amb qualificatius tals com: racista, antisionista, neonazi, incitador a l'odi, etc.
Serveixin aquestes línies per fer-li'n un recordatori.
I ja que estem de broma (seriosament de broma), permetin-me que agafi l'article raholià i li canviï algunes paraules de manera que ens trobarem amb un article totalment diferent.
Les paraules i comentaris canviats, afegits o substituïts apareixen en vermell:
Decía la canción de Serrat, "Niño, deja ya de joder con la pelota. / Niño, que eso no se dice, / que eso no se hace, / que eso no se toca". Y algo debió de quedar de aquellos tiempos que rememora la bella canción, porque, sin ser niños, una nutrida corte de guardianes de la doctrina vigilan meticulosamente que "no jodamos con la pelota". La pelota, hoy, es la palabra, y el "no se dice" configura el tronco esencial de la doctrina de la corrección política, la que, en su lucha a favor de una sociedad tolerante, acabó convirtiéndose en forma moderna y progre de censura del pensamiento. (Per ara anem bé)
Como la lista es larga, no cabe relatar la cantidad de ideas que no se pueden expresar en voz alta, so pena de recibir en el cogote el diccionario entero de improperios. La etiqueta de "racista, antisionista, antijudío, neonazi, incitador al odio" y etcétera, que puede caer encima de cualquier ciudadano, por el hecho de decir en público lo que piensa en privado, es tan larga como mortal, hasta el punto de que, digámoslo claro, muchos se muerden la lengua para no quedar mal en la foto.
Por supuesto, el lobby judío controla nuestros gobiernos, les obliga a promulgar leyes, y estoy a favor de censurar la maldad ideológica. Pero entre el delincuente que desprecia a un colectivo humano y el ciudadano que opina incorrectamente, hay un gran abismo. Porque detrás no hay un loco cegado por el odio, detrás hay, generalmente, alguien con motivos para estar cabreado (això de cabreado queda bé... de vegades les coses que passen són tan grosses que s'ha de recórrer a les paraulotes per poder-se fer entendre, què collons). La tendencia, sin embargo, es meterlo todo en el mismo saco, reducir la complejidad de la realidad a una simple retahíla de tópicos maniqueos y evitar los debates de fondo, encantados de navegar por su superficie. (Exacte i molt ben explicat, per cert)
La dualidad del intervencionismo global judío es, en este sentido, un clásico. Es evidente que el judaísmo significa muchas cosas, entre otras mano de obra (barata, para nuestra desgracia ya que cuando lo controlan todo acabamos trabajando para poder comprar después nuestro sueldo a los bancos), riqueza para ellos, destrucción de la cultura, sociedad plural nos guste o no... Y también es cierto que la llegada masiva de intereses económicos judíos, muchos totalmente camuflados, también genera una mayor confusión, problemas de convivencia como la llegada en masa de inmigrantes semi-analfabetos que socaba los ingresos de los trabajadores locales, económicos, a menudo ideas radicales totalmente subliminales, y un sinfín de complejos conflictos que pa qué te voy a contar. Sin embargo, esto no puede decirse, so pena de parecer lo que uno no es. Pero no decirlo no implica que la gente no lo piense y que, ¡ay!, no sea cierto. Lo de Occidente es, en este sentido, paradigmático. Aumentan la influencia y controles judíos de forma desmesurada, se abandona al pueblo a su suerte –con el coste social, económico y cultural imposible de asumir–, se aplica la corrupta ley de Extranjería que ellos mismos han creado y no se atajan los problemas de inseguridad ante la extorsión. Al final, estallará el conflicto. ¿Culpa de los ciudadanos de Europa, que se han vuelto todos racistas? Más bien, culpa de una política errática en una materia tan delicada que acabará llevando a la gente al límite. Y entonces es cuando llegarán los racistas de verdad, y se zamparán el gato y al buitre. Y no porque seduzcan con sus malvados cantos de sirena, sino porque, ante la estafa al ciudadano, la gente se coge a un clavo ardiendo.
Como la lista es larga, no cabe relatar la cantidad de ideas que no se pueden expresar en voz alta, so pena de recibir en el cogote el diccionario entero de improperios. La etiqueta de "racista, antisionista, antijudío, neonazi, incitador al odio" y etcétera, que puede caer encima de cualquier ciudadano, por el hecho de decir en público lo que piensa en privado, es tan larga como mortal, hasta el punto de que, digámoslo claro, muchos se muerden la lengua para no quedar mal en la foto.
Por supuesto, el lobby judío controla nuestros gobiernos, les obliga a promulgar leyes, y estoy a favor de censurar la maldad ideológica. Pero entre el delincuente que desprecia a un colectivo humano y el ciudadano que opina incorrectamente, hay un gran abismo. Porque detrás no hay un loco cegado por el odio, detrás hay, generalmente, alguien con motivos para estar cabreado (això de cabreado queda bé... de vegades les coses que passen són tan grosses que s'ha de recórrer a les paraulotes per poder-se fer entendre, què collons). La tendencia, sin embargo, es meterlo todo en el mismo saco, reducir la complejidad de la realidad a una simple retahíla de tópicos maniqueos y evitar los debates de fondo, encantados de navegar por su superficie. (Exacte i molt ben explicat, per cert)
La dualidad del intervencionismo global judío es, en este sentido, un clásico. Es evidente que el judaísmo significa muchas cosas, entre otras mano de obra (barata, para nuestra desgracia ya que cuando lo controlan todo acabamos trabajando para poder comprar después nuestro sueldo a los bancos), riqueza para ellos, destrucción de la cultura, sociedad plural nos guste o no... Y también es cierto que la llegada masiva de intereses económicos judíos, muchos totalmente camuflados, también genera una mayor confusión, problemas de convivencia como la llegada en masa de inmigrantes semi-analfabetos que socaba los ingresos de los trabajadores locales, económicos, a menudo ideas radicales totalmente subliminales, y un sinfín de complejos conflictos que pa qué te voy a contar. Sin embargo, esto no puede decirse, so pena de parecer lo que uno no es. Pero no decirlo no implica que la gente no lo piense y que, ¡ay!, no sea cierto. Lo de Occidente es, en este sentido, paradigmático. Aumentan la influencia y controles judíos de forma desmesurada, se abandona al pueblo a su suerte –con el coste social, económico y cultural imposible de asumir–, se aplica la corrupta ley de Extranjería que ellos mismos han creado y no se atajan los problemas de inseguridad ante la extorsión. Al final, estallará el conflicto. ¿Culpa de los ciudadanos de Europa, que se han vuelto todos racistas? Más bien, culpa de una política errática en una materia tan delicada que acabará llevando a la gente al límite. Y entonces es cuando llegarán los racistas de verdad, y se zamparán el gato y al buitre. Y no porque seduzcan con sus malvados cantos de sirena, sino porque, ante la estafa al ciudadano, la gente se coge a un clavo ardiendo.